Hay una grieta que serpentea muda en aquel muro de la infancia.
Sinuosa y cruel, se me posa en la garganta y se oculta por mis ojos.
Mejor no ver,
mejor callar,
mejor el silencio
que seguir en la huella que a todo llega y a todo alcanza,
Hay una grieta, profunda grieta, que de vez en cuando,
me amenaza.
Podría romperme en dos,
o hacerse división de varias cifras en el pupitre viejo
para pegarse bajo la tabla de madera junto a los chicles abandonados y resecos.
Como un río baja y sube por mi piel, la extraña grieta
y a veces se me hace de orgullo y timidez que no se llevan bien,
en mi costado.
Esa grieta, que sabe como resquebrajarme en lo más hermoso y más bonito
y me hace rendirme nuevamente en lo más atroz de mis batallas.
Y ahí sigue, latiendo por mi torpe soledad, impidiéndome llegar a ti,
impidiendo mi verso en tu palabra,
impidiendo mis manos en tus manos.
Ya caen las sombras de la noche y quiero dejarla a un lado,
para intentar soñarte nuevamente,
aunque sea en la distancia.