Musicales sombras se van esparciendo
y trepan por mis ojos adormecidos
burlonas y risueñas.
Y acuden a mi piel
que con su contacto tiembla
y a mi alrededor todo canta o gime
como si formara parte de una sinfonía
maquiavélica en su dolor
pero gozosamente extraña.
Repentinamente,
todo estalla
y cruje
y se rompe
y se rasga
como se rasgan los amantes cuando aman.
Bate sus alas un
colibrí
ante un sol aceitunado;
mientras, se van dejando caer por los espejos
con la suavidad de algunos castigos olvidados,
los murmullos soñadores de un poeta.
Silban las auroras
con cantares nuevos
mientras los ocasos musitan ese otro arrullo
que se queda dentro,
tan profundamente dentro
como se queda el alma del mar
en la caracola.
Solitaria isla de
terruños falsos,
roqueríos grises,
cenicientos hados,
tan ciegos caminantes como la misma noche
van guiando a tientas
mi quehacer diario.
Entre tanta niebla,
se distinguen ecos,
un caer de hojas,
un rozar de manos,
el dulzor ansiado de un cruzar de bocas.
Musicales sombras,
pan de mis arpegios.
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