Quizás la manera más sencilla de explicar el poema que traigo hoy sea la cita de José Hierro.
Llegué
por el dolor a la alegría.
Supe
por el dolor que el alma existe.
Por
el dolor, allá en mi reino triste,
un
misterioso sol amanecía.
“Alegría” de José Hierro
Mirando cada noche un horizonte,
dejo
de ser palabra y me hago sombra
de un
sufrimiento alargado y descendente
que
me invita a caminar entre sus agitados párpados.
Huir hacia el cristal de sus esquirlas
es
juego, es obsesión transparente y lúcida para mi aliento
como
es obsesiva la búsqueda de algún bosque inmaculado
que
colme de verdor estos aullidos que me atenazan.
Y qué difícil se me figura todo,
si me
siento como rama ya abatida y seca
por
el metal sudoroso de este invierno,
queriendo
descubrir vida en la vida
a
través de las estelas que voy perdiendo
y que
me han hecho jirones hasta el alma de los tuétanos.
Y qué difícil se me figura
huir
hacia la sangre estática
que
se ha debido detener en la misma raíz del tiempo
para
buscar, tal vez, en lo imposible, lo perpetuo,
para
llegar a esa verdad que ni siquiera intuyo,
pero
que me observa continuamente desde su ironía
y me
abronca desde su peculiar lenguaje
de
olvidos y enjambres silenciosos.
Huir hacia donde la muerte no exista,
aunque
sea hacia la muerte misma
y
saciar estas ansias de aprender
como
ampliar los espacios y las líneas de la mente
para
vencer las oscilaciones que me dominan
asimilando
la sensación de vértigo.
Y qué difícil se me figura
huir
a cuerpo abierto, guerrera o pacificadora,
‑pero
sin temores‑,
a
través de un simple verso
que
conserve intactos sus misterios.
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