No, no me salva la poesía,
ni se me hace de rubor
o de nudo en las entrañas.
La dejo pasar de largo muchas veces,
tras haberme rizado la piel
con sus besos de luna o escarcha.
Ella se viste de junco
o aparece teñida del color de la noche,
y me brinda algún sueño en lo absurdo,
me muestra caminos distintos y abiertos
y me invita a seguirla en sus pasos.
Pero siento dolor y vergüenza,
verdadero dolor,
verdadera y auténtica vergüenza,
cuando la dejo partir
y la intento olvidar y la olvido
para regresar a mi mundo de prosa y rutinas
donde sé que no me aguarda ninguna sorpresa.
Y si creo que regreso a mi ser,
ya sabiéndola de alabastro o de ausencia,
me la encuentro de cara
y me obsequia sus palabras ya limpias,
pulidas y llanas,
sus palabras desnudas de mundo
en su esencia absoluta de almas.
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