lunes, 9 de septiembre de 2019

TIYOWEH

El desierto en mi cristalino triste
se me hace guía,
es mi estrella vespertina.
El desierto colma mi soledad
de extraños augurios y señales.
La quietud se enreda en mi corazón,
y la hermosa longevidad del cielo en calma
serpentea en mi garganta frágil
y acalla mi voz y la ahoga
en un silencio sabio
de los siglos que lucharon y vencieron.
Palpan mis manos luz y arena.
Luz, arena y piel en un todo.
El gran todo unificado,
indisoluble,
indivisible,
que me lleva hasta la misma esencia
del gran misterio.
La quietud se acurruca
en mi terco corazón
y en mi mirada hay algo
que se empeña en ver
como si se acercara al mundo
por primera vez,
con ojos de inocencia
o de amanecer.
En los rayos que atraviesan horas lentas
cae la noche
y mis dedos van trenzando
los enigmas de sus sombras
para desdibujar la razón
hasta convertirla en este sueño puro
del que respiran las estrellas.
El manto del descanso
se desliza por mi mente.
Cabalgo a lomos
de un dorado y antiguo sortilegio.
Los hopi me llamaron Tiyoweh
y voy sembrando semillas de paz
en los surcos agrietados de algunas almas.



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