Reflexión del día: Mañana es Navidad.
“Leemos
mal en el mundo y luego decimos que nos engaña”
Rabindranath Tagore
He
atrapado un silencio entre mis dedos. Al principio pataleó un poco, pero
enseguida dejó de hacerlo. Se ve que es muy pequeño, creo que recién nacido.
Por más que lo miro y lo analizo no me siento capaz de determinar bien su origen. Yo diría que pertenece a la especie humana. Pero no puedo asegurarlo porque hay algo en él que me recuerda el vuelo de las aves.
No sé qué voy hacer con él. De todos es sabido lo delicado que es un silencio recién nacido. Precisa de muchos cuidados y atenciones para crecer sano, robusto y sin interferencias.
Había pensado dejarlo en alguna madriguera. Pero creo que no es buena época de silencios en el campo. Lo ahogarán los gritos de las escopetas de los cazadores y, por otra parte, su origen humano me tiene bastante sorprendido. Lo miro otra vez. Ya no patalea. Se ha quedado plácidamente dormido en la punta de mis dedos.
Es tan hermoso y tan chiquitito. Tengo que pensar bien qué hacer con él. Es notorio que algunos silencios cuando crecen son asesinos de los buenos sentimientos y no dejan que florezcan las buenas palabras ni las lágrimas y por si eso fuera poco, construyen muros alrededor del corazón y convierten a las personas que los acogen en seres fríos y crueles. No desearía un futuro así para este pequeño silencio. Se le ve tan delicado.
¿Qué podría hacer para que crezca fuerte y que no le atenacen ni miedos ni penas, para que no se convierta en un duro y áspero silencio amenazante? Reconozco que me estoy encariñando con él. En el fondo de mi ser, me gusta. Me gusta mucho más de lo que creía en un principio. Me parece que lo voy a instalar en mi pensamiento y allí lo iré alimentando con mi propia calma. Tengo la certeza de que a partir de ahora, los dos conseguiremos crecer juntos.
Por más que lo miro y lo analizo no me siento capaz de determinar bien su origen. Yo diría que pertenece a la especie humana. Pero no puedo asegurarlo porque hay algo en él que me recuerda el vuelo de las aves.
No sé qué voy hacer con él. De todos es sabido lo delicado que es un silencio recién nacido. Precisa de muchos cuidados y atenciones para crecer sano, robusto y sin interferencias.
Había pensado dejarlo en alguna madriguera. Pero creo que no es buena época de silencios en el campo. Lo ahogarán los gritos de las escopetas de los cazadores y, por otra parte, su origen humano me tiene bastante sorprendido. Lo miro otra vez. Ya no patalea. Se ha quedado plácidamente dormido en la punta de mis dedos.
Es tan hermoso y tan chiquitito. Tengo que pensar bien qué hacer con él. Es notorio que algunos silencios cuando crecen son asesinos de los buenos sentimientos y no dejan que florezcan las buenas palabras ni las lágrimas y por si eso fuera poco, construyen muros alrededor del corazón y convierten a las personas que los acogen en seres fríos y crueles. No desearía un futuro así para este pequeño silencio. Se le ve tan delicado.
¿Qué podría hacer para que crezca fuerte y que no le atenacen ni miedos ni penas, para que no se convierta en un duro y áspero silencio amenazante? Reconozco que me estoy encariñando con él. En el fondo de mi ser, me gusta. Me gusta mucho más de lo que creía en un principio. Me parece que lo voy a instalar en mi pensamiento y allí lo iré alimentando con mi propia calma. Tengo la certeza de que a partir de ahora, los dos conseguiremos crecer juntos.
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