Como si fueras mi religión,
mi templo vivo, así te amo.
Y voy a desvelarme en el misterio
que se oculta
en el cómo me miras algunas veces,
que se me antoja ya de niña-oruga o de niña-viento.
Déjame hacerte de cuna entre mis manos,
porque tú eres ese lugar inconfundible
de la estación desconocida
en la que se adormecen sin quererlo mis silencios.
Como si me alargara en tu tallo
y te creciera en las espinas,
sólo me sale darte las gracias, amada rosa,
por la belleza y la bondad
de cada uno de tus pétalos.
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