sábado, 29 de febrero de 2020

UN MIRLO




La palabra jamás se parece a los tejados rotos
al idioma extranjero que suena y desaparece
como llega.

Un mirlo chapotea en mis ocasos
explora y me recompone
como un hada del XXI
con zapatos de tacón
y ombligo al aire

El monstruo que persiguió mis sueños
todavía se replica a sí mismo,
me plagia desde el desaliñado miedo
y jadea con ojos iracundos.

Me envuelven su miseria y sus andrajos.

Y cuando ya no le hago demasiado caso
ni al monstruo,  ni al miedo, ni al jadeo,
ni a la miseria o los andrajos,
sus ojos iracundos se me borran
de repente,
y de repente se me hacen de amapolas
que me brotan en la piel de las manos
y la frente
mientras invoco nuevamente
al mirlo de Merlín
desde un zorionak que me sabe a fresa
y le devuelve el calor a la niña
a la que un día amamantaron las sirenas
de las risas locas.

La magia celta se desliza por su pico
nana aflautada para la rosa blanca
y manantial fresco donde nace
la transparencia de las aguas

Un mirlo,
sólo uno
me cubre de pasión y fortaleza.

El ojo único del corazón del que hablaron los cherookes
me acompaña desde entonces
y desde entonces mi juego
me convierte en esos números
que ya no duelen.

Luz y música y pasión
en las razas fundidas por mi mente
que me cantan en el son
que se abre en el estrellado árbol sabio
de la noche.

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