La tarde volvió a entregarme el calor de tu piel
Pero tú no eras la tarde.
Tú no eras el calor de ese recuerdo, ni de ningún otro recuerdo.
Ni siquiera eras las palabras con las que te dibujaba en el tiempo
o en aquellos versos que, sin embargo,
estaban vestidos de tu esencia
y a los que terminé amando profundamente,
en un continuo presente,
sin dolor ni resistencias.
La tarde se desplegó muy despacito y se quedó en mí.
Por eso ahora soy capaz de escribirte
y percibo tus detalles más pequeños,
a través de tanto amor como cabe en mis silencios.
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