Caminé por la piel de todas ellas
porque quise saber de
mi mundo
y encontrarme con mi
propia piel
y exhibirla en toda su
belleza.
Me besó en la
frente
con su gesto
envejecido, la dulce Eva.
Nos miramos largamente
y después
nos sumergimos en un
lago
tibio lago, al que
llegaron inquietas,
las palabras.
Y fue ella, despojada
de lujurias,
de pecados y de dioses
la que me las entregó
mientras me susurraba
que las cuidara
porque en su poder
inmenso
yo podría
transformarme
y saber quién era
y quién soy
y quién seré
y buscar mi propia esencia.
La dejé tranquila y
sola
mientras la imaginaba
lapidada,
una y otra vez en la misma
escena
y en los mismos gritos
que abrieron sus
heridas en el umbral
de aquel falso paraíso
de condenas y
prohibidos.
Cuando las vi con el
dolor de la condena
rompiendo sus costados
y sus úteros,
las amé a todas ellas,
entonces las heridas
se cerraron
y las evas comenzaron
a creerse realmente
completas y mucho más hermosas,
sin tener necesidad de
verse reflejadas
en la opinión de
aquellos hombres.
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