Imagen tomada de Internet |
Ya no quiero pronunciarte para cruzar la luz que hay en tu ocaso.
Se disiparon las venganzas, los rencores, las tragedias,
cuando una vez olvidé mi propio rostro, mi nombre y mis latidos,
y era aquel un de repente, hecho de instantes infinitos.
Dulce secuencia. Dulce, eterna y breve,
como el crepitar de la llama, penetrando en los sentidos.
Suave, suave.
Palpitó la paz, se deslizó desnuda por mi sangre.
Inocencia sublime en ese encuentro.
En los gerundios, encontré la clave
que me enseñó a decirle adiós a lo que duele
y a sentirme feliz en este siendo.
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