martes, 29 de noviembre de 2016

CUANDO YO ME LLAMABA ALICIA


Mi sangre se me puebla de un ardor inefable 
y en las manos me laten incomprensibles pájaros.
RAFAEL MORALES 

Cuando yo me llamaba Alicia, 
lo hacía hasta convertirme en una descarada,
para explorar en la madriguera que hice mía,
la madriguera dónde salta el más común de los acertijos
que me devuelve a la esfera de un reloj
en la que crezco y desaprendo los lugares y los tiempos.
Puedo perderme en lo más grande
ser pARTE indiscutible en lo pequeño,
saber el camino de los corazones diminutos
en qué piensan los rosales más inmensos.
Y me llamé Alicia para escuchar
la voz del gato, de la oruga o del conejo,
y en sus palabras descubrirme en lo que soy
en todo lo que me olvidé 
en los paisajes oscuros de donde dicen que vengo.
Me haré amiga de la locura que se instaló en el sombrerero
y en las agujas desbaratadas de ese mal llamado tiempo.
Al final de mi aventura,
probablemente no sabré redactar un buen currículum vitae,
ni definir la trayectoria que se esconde en lo simétrico,
en los arquetipos de los oficios medianos
Pero mi nombre evocará la planta del té
y el té, recorrerá las tertulias y debates.
Mi nombre susurrado, de manera casi imperceptible
será la única clave para abrir 
la entrada de este país de maravillas
al que nadie ha sabido encontrar nunca
ni una sola de sus puertas de salida.
Cuando yo me llamaba Alicia, jugaba a convertirme
en la más frenética y caprichosa reina de corazones
y ordenaba sin piedad que te cortaran la cabeza.
                                                                      (proVocArte, 2016)

jueves, 17 de noviembre de 2016

NO, NO ME SALVA LA POESÍA


 No, no me salva la poesía,
ni se me hace de rubor 
o de nudo en las entrañas.
La dejo pasar de largo muchas veces,
tras haberme rizado la piel
con sus besos de luna o escarcha.
Ella se viste de junco
o aparece teñida del color de la noche,
y me brinda algún sueño en lo absurdo,
me muestra caminos distintos y abiertos
y me invita a seguirla en sus pasos.
Pero siento dolor y vergüenza,
verdadero dolor,
verdadera y auténtica vergüenza,
cuando la dejo partir
y la intento olvidar y la olvido
para regresar a mi mundo de prosa y rutinas
donde sé que no me aguarda ninguna sorpresa.
Y si creo que regreso a mi ser,
ya sabiéndola de alabastro o de ausencia,
me la encuentro de cara
y me obsequia sus palabras ya limpias,
pulidas y llanas,
sus palabras desnudas de mundo
en su esencia absoluta de almas.

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