domingo, 16 de julio de 2017

ME REGALA LA VIDA

Me regala la vida, el azul de la tarde, los colores.
La mirada tranquila que me sueña.
El laberinto y el cordel invisible al que atarte, sin que nadie lo sepa, 
a la muerte de mis trinos.
Me regala la noche. 
El manuscrito. 
La corteza del árbol. 
Y la voz que da luz a mis instintos. 
Me regala la piel, los aromas, los gorjeos caminando en los aires sin camino.
Me regala la vida el mar, el hielo, los vapores del agua, el precipicio. 
Me regala el cantar de las montañas y la historia verdadera con sus ciclos. 
Me regala la vida el sabor de un pastel y el motor de un corazón. 
Lo que respiro. 
Me regala las lineas de las manos, el tarot, energías, misticismo,
las abejas hacendosas, el colibrí en la flor,
el susurro, el abanico.
Me regala la vida, amor y sexo. 
El placer de tu mente y mi mente cuando nos fundimos. 
Las claves para cambiar mi forma de pensar y mi destino. 
Las gracias, el perdón para dejar atrás cuanto nos hizo daño 
y dejarlo para siempre en ningún sitio. Me regala la vida un día más. 
Me regala el sentirme aún mas viva en lo que escribo. 
Para ser, para sentir, me regala la vida los sentidos. 
Me regala consuelo y gente buena, que me alegra y facilita hacer las cosas
en el coraje o en los mimos. 
Me regala la vida tus palabras, tu silencio y todo aquello que no dices y adivino. 
Me regala alegría y emociones, decisiones y conflictos.
La caricia. La mascota. Y la sed de ti. 
Y el deseo de mi mano en tu mano, caminando las dos hacia el olvido.

sábado, 8 de julio de 2017

MI POEMA EN PROSA




Regreso a casa con ganas de llorar. 
Demasiadas horas en el mundo, me resquebrajan la coraza. 
Me siento vulnerada y vulnerable. 
Necesito liberarme de ruidos y de olores, que no me pertenecen. 
Amar mi confusión es terminar dando zarpazos.
Un ejercicio que tengo que repetir demasiado a menudo.  
El 251 llega un poco tarde hoy. Pero recupera el ritmo.
La misma bronca de cada mañana en el mismo lugar,
bocinazo y nunca se oye ni un solo grito. 
Pero se crispan los nervios del conductor
cada vez que tiene que entrar en esa maldita rotonda
que probablemente diseñó alguien que nunca volvería a pasar por allí.
Llego al puente a las 7:53.
Hago trasbordo a las 8:07 y mi destino se divisa a las 8:57.
El autobús da tumbos, como un borracho triste, en lo rústico de la cuneta.
Un ritual.
Cada mañana.
Como el verso en prosa que me piensa.
Mi charla con el conductor durante el último tramo del trayecto.
Calles, carreteras, se suceden.
Las horas. Las paradas. Los viajeros.
Las colinas que cambian su color
y la rutina como única y auténtica compañera 
en este viaje, en el viaje de vuelta,
en el cansancio que termino adormeciendo en un recuerdo,
cuando regreso a ti,
cuando me siento renovada y cae mi noche rendida entre tus brazos.

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