jueves, 14 de noviembre de 2013

NAVE ABATIDA





















Me perdí en una maraña de viento y marea.
El miedo y las olas azotaban mi barca pequeña.
No pude explicarme de dónde vinieron enredos ni vueltas,
ni el grito que se ahogaba en la angustia 
que fue transformando todos los colores en grises 
y las horas y el tiempo en llagas abiertas.
Yo supe del dolor de la nave abatida 
que ignora su rumbo y en la soledad, 
se sabe ya muerta.
Un bello sonido sonaba muy cerca.
Truenos y rayos bajo la tormenta.
Quién pudiera escuchar algo así
mientras cree que no existe nada más
que el sarpullido del frío bajo las tinieblas.
Oh, dulce locura de esa sed de calma.
La furia del viento, sobre mis hombros.
Un susurro hermoso rozó mis oídos
y entonces su voz cubrió mis heridas, mis penas,
y supe del ciclo vital que abre o cierra las puertas,
y supe que pudo ser sangrante el sentir
y de lágrima impotente lo que nos condena.
Pero la voz que no sabe hablar con palabras
se convierte en lo tibio del mejor abrazo 
que, como el buen amigo, siempre nos consuela.

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