A José Pejó Vernís
fallecido el 8 de octubre de 2018.
D.E.P.
Es inútil que mire otra vez como si nada.
Este otoño es más cruel que otros otoños,
si cada muerte que llega
se suma a todas las muertes que vinieron antes.
Pero tu nombre es el que estoy llorando ahora,
como si hubieras escrito los versos
que se rompen igual que las olas en la playa,
o los mensajes en las botellas de los más ignorados náufragos.
Nunca pretendí tejer mis redes con palabras nebulosas,
con palabras anónimas,
sin un rostro o sin heridas;
nunca aposté por un destino inexorable
que truncara inspiraciones en forma de falacias.
Pero ahora necesito tiempo
para recuperarme del aullido de esta muerte
que vuelve a ser todas las muertes.
Para recuperarme de este otoño,
que se me está haciendo algo más oscuro,
algo más insoportable
que otros otoños cuando muerde,
al contemplarme en la luz entrevelada
de mis reversos.
Eso es todo.
Te volveré a mirar
con los ojos ya limpios de orgullo y humildad,
con la letra que solo me pertenece a mí
desde el principio de los tiempos.
Aunque los dos quisiéramos rozar los mismos arcanos mayores
nos nacieron a luz de diferentes partituras.
La literatura es la gran varita de la magia,
que nos devuelve la belleza y la verdad
de la que un día ya lejano partimos
intacta la inocencia,
el corazón alegre y descuidado
-como el canto continuo,
ofrenda fugaz que surge del silencio
de los más pequeños pájaros,
a los que tú supiste escuchar y distinguir
sin disimulos-.
Pero ahora necesito tiempo
para poblarte de imagen,
Para hojearte en un árbol de palabras
en este particular universo,
que se me vuelve repentinamente
otoño y muerte en el poema.
Mi universo que nunca supo hablar contigo
de amor o de amistades.
Sólo vocales, consonantes
o rimas rotas, encorsetadas
en alguno de esos poetas muy famosos,
pero con demasiado poco de poetas.
Por ahora prefiero buscarle un nuevo ritmo a mi canción,
pero me estalla por dentro y se alborota ella sola
para que allá dónde estés
puedas escucharla intensamente.
Es la canción que quiere decirte de alma a alma,
que la deuda de la vida está saldada.
Qué te vayas en paz, que en paz me quedo.
Con las huellas de tu paso hechas grafemas
se han grabado tus cuentos y recuentos más complejos,
con tu verso recitado a media voz,
has dejado un poso limpio en los amigos que aún te quedan.
Vete en paz amigo,
amigo mío,
que tu conciencia esté tranquila,
pues tu deseo de
sillage
se ha cumplido plenamente
al menos aquí,
donde quedamos los vivos,
después de tu partida.