Como todo buen monstruo, te me has ido de las manos.
Amo la destrucción a la que
sometes mis principios
y a la vez, no la soporto.
¿Y si yo te dijera un sí quiero?
(No sé si ya te lo estoy
diciendo).
¿Y si te dijera solamente un sí
para recorrerte en los de nuevo?
Sé que sigues con tus
apreciadas normas,
en la frontera inmaculada de un
mismo tablero
como si vivieras la verdad de
un ajedrez,
en el que nada tiene remedio.
Vamos los dos perdidos en el
fragor de tu batalla,
condenados a no encontrarnos nunca
en la misma casilla.
Y yo te digo
sí quiero, sí, siempre contigo,
a pesar de todo y al caer
de nadie,
pero tú te empeñas en ponerme
en jaque
y decides sacrificar a tu
propia reina,
cuando el juego de este amor no
lo exige en absoluto.
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