Me he
refugiado en la risa,
en la
caricia del gato, en la mirada del niño,
en las manos amadas, en el calor de esas manos,
en el borde más estrafalario y fresco de la brisa,
en la
frontera absurda del viejo cuaderno,
en el
reverso casi blanco de los calendarios muertos.
También
me refugié de la distancia
al pronunciar tu nombre
que
vibró como mi dedo
en una cuerda grave de guitarra.
Me he
refugiado en san Juan llegando el alba
en José
Hierro a la caída de la tarde
y,
cuando busqué refugio
en un aire de silencio cálido y sencillo
garabateé,
sin pensarlo mucho,
sobre el papel que ya otros habían usado.
De
manera simple y sin esfuerzo,
vi que
le fueron saliendo versos y poemas,
como si
fuera la vegetación cerca del cauce
de
algún extraño y caudaloso río
que llevaba ilusión y luz en sus entrañas.
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