viernes, 22 de marzo de 2013

ALGO PARECIDO A UN CUENTO

Reflexión del día: ¿En mitad de un verso cabe "algo parecido a un cuento"?  Hubo una época en la que cartas y cuentos fueron para mí mucho más que eso.


"La ciencia no nos ha enseñado aún 
si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia". 
Edgar Allan Poe.



     Creí haberlo encontrado. Era como si estuviera hecho a la medida de mis propios sueños. De la misma materia, con los mismos colores y formas. Sus maneras de actuar o de pensar habían salido de ellos, de esas fantasías meditadas al calor de su imagen o de otra cualquiera que, por extraño que pareciera, siempre me llevaba a la misma, única e inconfundible. 
Fragmento de Paz
Maua Orma
  Me acerqué a él con el descaro de la curiosidad. Me pareció demasiado atractivo y demasiado bueno para ser cierto. Incluso había algo de diversión en todo aquello. Pero entonces sentí una punzada larga e hiriente y, en aquel momento, supe que era el dolor de su mirada. Un dolor que calaba hasta los huesos. Un dolor de campo de batalla.
     Cambié de estrategia y me seguí acercando como en un susurro agonizante y lento. Cercanía de sigilo. Casi imperceptible. De puntillas, llegué a situarme al cobijo de su sombra. Fue así como entendí de las amarguras que escudaba tras la máscara de algunas sonrisas ligeras o jocosas. 
    Sin apenas darme cuenta, el diálogo se había hecho un hueco entre nosotros. Un diálogo diferente y mágico. Casi mudo. Un diálogo en el que me mostraba sin falsos pudores sus abismos y, era como si en este mundo o en otros, solamente yo pudiera verlos. Un diálogo en el que me hacía   invisible, aunque sabiamente omnipresente, como hace el artista con su diosa o con su musa. Como si quisiera protegerme de la estupidez mundana que tanto y tan bien conocía. Un diálogo de avispado juego en el que me hacía mover una ficha tras otra, despertándome al deseo de esa aventura traviesa y loca, en la que tan solo cabía una certeza obstinada y cruel, llamada duda.
      No podía parar de seguirlo porque en mi día a día había indicios, pequeños rastros casuales que, como cebos, lo iban  atrayendo a mi regazo una y otra vez. Y él lo fue llenando todo. incluso en aquellas meditadas pausas silenciosas estaba su nombre acariciándome hasta la tortura. Quise huir y lo hice. No puedo decir que lo intenté porque realmente lo hice. Era todo tan absurdo...
   Mañana gris de pensamiento gris y en el mar de las sensaciones, lo gris se agitaba retorciéndose furioso cuando apareció como estaba acostumbrado a hacerlo, altivo y distante pero mostrándome un nuevo presente. Y en ese pequeño guiño ahogué un tremendo grito de terror, mezcla de presagio y sufrimiento.
      Él lo sabía. Tenía por fuerza que saberlo, pero se obstinó en mantenerme alejada de su más íntimo secreto. Un par de días atrás por azar, encontré viejas cartas, viejas fotografías de su pasado. Puede que él las hubiera dejado ahí por descuido, o que creyera que ya las había visto. Pero las revisé muy lentamente, asombrada y muy atenta, hasta que comprendí, como se comprende cuando se sabe leer entre líneas, que yo estaba presente en él mucho antes de que nuestras miradas se encontraran. Antes de que la complicidad jugara a enredarnos caprichosa. Comprendí ya sin duda alguna, que antes de conocerme, él también me había pintado en algunos de sus más lejanos y terribles sueños y que en ellos, yo siempre aparecía muerta. 

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