lunes, 6 de julio de 2015

RETRATO DE DOS ADOLESCENTES








A Ana Isabel Barcina.
A Ranedo y al valle de Tobalina,
a sus gentes y estén donde estén,
a mis recuerdos.

 









Viví la palabra pueblo y conjugué el cántaro
con la voz de las aguas, de la azada y de la huerta,
del pozo en la plaza, de la fuente honda
o del olmo partido por el rayo y de la casa del maestro
en aquella época en la que tenía unos dedos largos
en forma de avellano.
Tal vez me despedí demasiado pronto de la luz
o de la timidez de sus  estrellas
y aunque no fui consciente ni tampoco lo deseaba,
dejé marchitarse en un rincón,
mi dorada adolescencia,
pero estoy empañada de esa nube
que me llueve por dentro
y me grita desaliño y merendola 
y bicicleta y tocadiscos
y quiero correr y me descalzo
para saberme tierra, flor o piedra
-en realidad me da lo mismo-
y voy hacia ti y desaprendo para entonar, amiga,
contigo, siempre contigo, esa canción
que me vuelve a saber a cereza, a ciruela,
a travesura y guiño
en la sombra mullida de aquel frondoso tilo,
de nuestro amado tilo.
Puede ser que la vida nos recoja o que al fin nos desconozca,
también puede que nos asuste o nos invada
o que de repente, nos invite a arrepentirnos
o a inventarnos y reinventarnos cada día,
pero hoy sé que no me importa
porque nos entrega el tiempo
y el tiempo, amiga mía, es peregrino en los labios del deseo
y se pliega y se despliega ante tus pies, si se lo pides
y agradeces con la magia y la inocencia de los niños.
Y ahora son las mismas huellas de ese tiempo,
y el musgo, y las casas, y las gentes y sus fiestas
quienes me hablan de ti y de mí
y de su paso liviano que nos permitió ser,
así, sin más calificativos,
ser lo que en esencia, en pura esencia siempre fuimos.
(Me detengo un momento a contemplarte.
Eres parte inconfundible en mis recuerdos.
El silencio me habla de ti
y mientras lo escucho,
me brotan los versos a golpe  de sonrisas
y suspiros).
Miro al cielo, al viejo campanario
y escucho a las ranas en la misma charca,
con la misma oración que unifica los misterios
de los mientras con algún primer beso de amor
que ya parece quedar demasiado lejos
y de repente, sobrecoge.
La cebada amarillea por los campos.
Los perros caminan al encuentro de la noche
y la Vía Láctea aparece solemne
queriéndonos mostrar ese latido que nos une
y que nos mueve y nos conmueve
y que se expresa en sensaciones huyendo del color
descolorido que le brindan las palabras.
La luna, como cada noche,
más humilde o más altiva
nos susurra que hay ciclos y finales de verano tristes
pero regresa a nosotras
y nos mira en lo que parece una distancia larga o infinita.
Soñemos nuevamente con el silencio, y el grillo y la noche
conversando como entonces
y dejando que se expandan sus secretos
porque ahora entiendo bien lo que dicen
cuando hablan de lo que de verdad importa, de lo que permanece
y da sentido a la existencia.

                                                                               Olga Becerra

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