En esta frente,
Dios, en esta frente
hubo un clamor de carne rumorosa
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.
RAFAEL MORALES
Ha
penetrado una rata negra en mi pensamiento.
Se
ha colado, tal vez, por una rendija.
La
quiero cazar.
Ella
no se deja.
Se
esconde.
Sale
y la veo saltar cuando menos espero.
Siempre
está royendo lo mejor que tengo.
Y no
sé qué hacer.
Me
amarga la vida.
Roe
que te roe se ha comido gran parte de la fe
que
tenía en mí misma
y
creo que se ha pegado más de un festín
con
mi autoestima.
Tengo
una rata negra.
Con
su hocico afilado gobierna mi vida.
Una
rata negra que caga y vomita en mis intenciones.
Yo
voy tras de ella y es escurridiza.
A
veces se vuelve hacia mí.
Y
me asusta.
Y
me grita.
Me
hace sentir siempre muy cansada.
Saber
que está ahí, cuando barro sus pelos,
me
quita las fuerzas y me paraliza.
Le
he puesto trampas.
Le
he puesto un cepo tras otro.
He
llorado mucho mientras ella se reía.
Hoy
hago algo muy distinto.
Hoy
no quiero hacerle caso.
Hoy
abro las puertas.
Abro
las ventanas.
Puedo
ver el sol.
El
aire en su danza, las nubes agita.
Me
siento feliz. Estoy muy contenta.
De
repente observo. No espero respuesta.
La
rata no está. No hay rastro de ella.
(¡¿Adónde
habrá ido?!)
Por
casualidad,
escucho
decir que esta rata negra
no
puede vivir si no la alimentas.
Olga Becerra
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