Si fue tan breve tu presencia,
¿por qué se alborota el aire con tu
risa y con tu voz?
Estoy tan sola que me siento
invisible,
un objeto más de esta habitación
fundiéndose en la fría soledad de
su penumbra.
Cae la noche, lentamente.
Todo se ha vuelto tan perezoso,
que parece que no haya existido
nunca el movimiento
y, aunque intento provocarlo,
creo que es imposible el llanto
para estos ojos yermos,
que ya no tienen alma.
La flojedad del sueño se me ha
metido por todo el cuerpo,
pero yo sé que estoy despierta
porque, por dentro, sigo
pronunciando tu nombre
y lo pronuncio a golpe de gritos y
sollozos
que maquillo en ese sereno silencio que pueden ver los otros.
¡Cuánta quietud la de este tortuoso desamparo!
Mientras tanto, tu figura se viene
hacia mí o se me escapa,
sin que yo pueda controlar el dolor
del pensamiento
que se me hace viejo, cada vez más
viejo,
y tan constante
que me parece ya perpetuo en la
memoria.
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