Te hago parte de mi ser como si nada se rompiera
Con tu locura vas escribiendo en mi piel un nuevo arpegio,
con tu locura que se derrama como si fuera un sol de
invierno.
Qué desnudez tan brava hay en la inquietud infinita de tus
dedos
qué nuevo aroma se destapa en el delirio oscuro de mi
vientre
en las mágicas praderas donde se esparcen nuestros latidos
más soberbios.
Nos vamos deshaciendo.
Ya no somos lo que fuimos, ni flor ni pétalos.
En un rincón pequeño se ha quedado amarillenta y sola
aquella vieja partitura que nos llamaba impaciente hacia el
deseo.
Vaya, con éste también evocas un sentimiento común, la nostalgia del deseo de una época llena de esplendor, cuándo éramos más jóvenes y también más deseadas, más hermosas. Pero llega una madurez plena, que aunque parezca mentira, de vez en cuándo o de cuándo en vez nos da unas satisfacciones jamás logradas en la juventud, y en todos los sentidos de esa palabra, sensorial y espiritual. Es la magia de esta edad especial pero transitoria. Quizá de ahí esa contradicción que encuentro entre el sentimiento de los versos centrales y los del final:"desnudez tan brava","latidos más soberbios"/"ya no somos lo que fuimos, ni flor ni pétalos".
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