Qué
intensidad la de este mundo
en el
que no han tapado toda la tierra
el
hormigón humano, ni el asfalto,
en el
rincón pequeño donde todavía
queda la mirada sencilla de algunos
árboles.
Contemplarlos
desde abajo,
para
sentir esa verdad que expresan,
entregados a las nubes y a ese vaivén del
aire.
Contemplarlos
cuando sus hojas altas
se
funden en lo más fresco de la luz,
y
hacerme nadie.
Qué intensidad, cuando se recogen en sus
ramas,
los
trinos y el ajetreo cansado de los pájaros
y
acaba el baile.
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