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Ojalá ese padre haya podido sacar a su hijo de ahí. Imagen tomada de la red |
A Harper Lee
A los refugiados
A los desamparados
Cuántas veces se nos olvida
que matar a un ruiseñor
es acabar para siempre
con su canto inmaculado.
He recogido de mi jardín imaginado
palabras frescas
y he hecho tres ramilletes a los que llamé poemas.
Son hermosos, pero lucen tristes.
Quizás cuando te los entregue,
se harán más vivos sus colores
y en tu corazón sabrán cobrar más fuerza.
Mis palabras-azucena se parecen
a los ojos de los refugiados
cuando contemplan la caída de la tarde.
En mis palabras-margarita,
vi como son las manos
cuando niegan las caricias
al anciano, al perro, al niño.
Y mis palabras-rosa son
como el hambre que no puedo mitigar,
y que muchas veces
camina muy de cerca.
Amanecía.
He recogido dos minutos más para dormir.
Sentí tu calor y me pegué más a ti,
porque ya no creía en el prodigio de las hadas
ni en la luz de las estrellas.
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