deja un regusto amargo en cada una de sus
huellas.
No hay amparo en el recuerdo
y tampoco se encuentra consuelo en el
olvido.
La noche parece derramar lágrimas en lugar
de estrellas,
y el silencio se convierte en un inmenso
caudal
que desborda barro y lodo en los sentidos,
ahogándolos en su propia nostalgia.
Cuando el amor se va,
es como si se marcharan de repente
todos los cantos,
todos los trinos y danzas de la tierra.
El tiempo, que nos mira irónico
como si fuera un ser pegajoso y lento,
se hace plenamente humano,
un ser que se aferra a nuestro espíritu
obligándonos a mirar
a través de su lente deforme y opaca
para descubrirnos al desnudo,
la demacrada imagen de nuestros propios
despojos.
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