Reflexión. Como en días anteriores, sigo reivindicativa. Eso es todo.
Un chasquido
largo y el humo grita mi nombre
mientras sacude
sus espesos brazos
en estos
jirones que a la fuerza alguien le ha zurcido al cielo.
Me cuesta
respirar, en un infinito que se hace más delgado
y más
incomprensible que la niebla.
Soy la mujer
maltratada, la que yace muerta a tus pies,
la mujer
solapada que olvidó su ser
tras un
calendario opaco y gris como la noche.
Yo le tuve
miedo al llanto como le tuve miedo a ese aire
que siendo de
los otros, se hacía mío.
Y el miedo aún
me sale a borbotones por el cuerpo amortajado.
¿Era el miedo
quién cortó mi lengua?
Grité con rabia
y con dolor.
Todo era
quietud. Todo era silencio.
Un silencio
roto por el grito aquel
Y el mismo
silencio que cerró mis ojos, que paralizó mis manos,
se fue
derramando turbio y frío por mi espalda.
No lo quieres
ver, yo sé que no lo quieres ver,
pero, aún
después de muerta, late por mi piel una pesadilla.
Me cuesta
tanto, tanto, respirar
y yo sé que
todavía eres incapaz de comprender dónde habita mi inocencia.
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