Algún día contaré el porqué de este poema.
Detrás de él hay una buena persona que supo comprender un momento difícil de mi existencia.
Le estaré agradecida siempre.
Hay
alguien que ve en mí su obra,
delicada,
ingenua, perpetua e impertinente,
y en
sus manos soy de un barro ajeno y propio
que
se mezcla con dudosa mezquindad
a su
orgullo pasional e indiferente.
Con la espada de su anhelo
atraviesa
carne y hueso sin piedad
hasta
ese punto luminoso y decadente
en el
que no se sabe a quién de los dos
le
duele más tanta herida.
Ya voy tomando forma en su esperanza
con
sus luces, con sus sombras
siempre
esquivas y presentes.
Hay alguien que ve en mí su obra,
que
me ama en la frontera de sus odios
y me
arrastra sin remedio
por
sus sendas y pendientes.
Con el filo del acero
me
reduce a ser destello en la orfandad
y
describe la silueta irreverente
de
esta llaga adormecida.
Hay alguien que ve en mí su obra
y ese
alguien aún no sabe, pero intuye
lo
que en mi alma se presiente.
El susurro de su aliento
en
latigazo lo convierte,
en un
fuerte latigazo que me arroja de sus sueños
que
me expulsa de los míos,
desdeñoso
y contundente,
mientras
grita a lo escondido:
"¡Entra en la vida y siente!"
Ilustración de Maua Orma |
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