Llamé al dolor de la esperanza una y otra vez,
como quien dice el nombre de un mar
en el desierto,
y busqué la flor seca de aquel libro
y la noche del beso y del canto
profano a la vida
Pero la esperanza callaba
y el color del otoño fue vistiendo
una por una todas mis palabras
con el mismo color que termina
cubriendo nuestros rostros.
Y Rubén era prosa en un ordenador
rutinario y triste
y Rubén era horarios,
juguetes esparcidos entre ropa y
arrugas,
y una cuenta bancaria que nunca se
saciaba.
¿Dónde estará la princesa?
¿Dónde, delicada y sutil, escondió su
tristeza?
¿Dónde las notas de aquel ritmo
infantil
que llenaba su boca?
Y Rubén se quedó para siempre
atrapado,
zurciendo a la noche el amor
en la estantería del olvido.
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