y, por darte una ilusión, te envuelvo en
mis poemas;
pero dudo ya si existes o si eres un papel
que me oculta bajo el verso
para no mirar de frente.
Y te llamo Soledad con pena y miedo.
Tú, te acercas hasta mí con la espalda
curvada,
con la voz chiquita de tu sueño amargo
haciéndome creer que me haces libre.
Me cierras los ojos como quien cierra los
ojos al difunto
y me escupes luz, camino, huella,
para después llevarme a esta locura de
desdén,
a tu mentira de abandonos;
y, aunque yo insista en llamarte Soledad,
no tienen nombre tus caudales,
y tu rostro es una sombra
que me arrastra hacia un delirio de
cenizas.
Me llevas al placer de los amantes
y cada beso es dulce ensueño hacia el
olvido.
Y te llamo, Soledad,
sin saber que te retengo como un rezo
entre los labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario